En la inauguración del ciclo del Mozarteum
PIOTR BECZALA, PRODIGIO DEL CANTO
Teatro Colón
Sábado 7 de mayo de 2022
Escribe: Carlos Ernesto Ure
Fotografias: Liliana Morsia - Mozarteum
Arias de “Rigoletto”, “Un ballo in maschera”, “Luisa Miller” e “Il Trovatore”, de Verdi; “La mansión encantada”, de Moniuszko; “Evgeny Oneguin”, de Tchaicovski; “Romeo et Juliette”, de Gounod, y “Tosca”, de Puccini, y canciones de Leoncavallo, Tosti, Donaudy y Rachmaninov.
Piotr Beczala, tenor y Camillo Radicke, piano.
Bien puede decirse, sin exagerar, que Jonas Kaufmann y Piotr Beczala (55) son los dos tenores lirico-spinto (esto es, una línea menos que dramático) más importantes del mundo. Y en este andarivel, y también sin incurrir en demasías, cabe afirmar que el recital que el sábado ofreció el segundo de ellos en el Colón, en estos años de cierta decadencia lírica en nuestra ciudad, constituyó un notable acontecimiento, si se quiere inolvidable, porque se tuvo la sensación de estar frente a un enorme cantante, pleno en el dominio total de sus medios, dueño de un registro esplendoroso, impetuoso, penetrante.
Un fenómeno
No fue sorpresa la labor del artista de la Silesia polaca para quienes lo conocíamos. Pero lo cierto es que en esta su primera presentación en nuestro medio (en realidad: en Sudamérica), prevista originariamente para fines de 2020, su desempeño resultó decididamente deslumbrante. Dueño de un volumen de impactante llegada, y de una potencia y brillo en el pasaje alto que no pocos colegas reconocen en la historia, Beczala expuso además una voz de asombrosa maleabilidad, que le permite pasar con la mayor naturalidad de uno a otro sector de su tesitura, ello sumado a la extraordinaria pureza de las notas altas y la inclaudicable homogeneidad del metal en toda su extensión. Su dicción fue siempre de llamativa transparencia, la articulación de las frases de fresca fluidez, su capacidad para los “diminuendi” (apianar el sonido) verdaderamente prodigiosa.
La función, primera de la temporada de abono del Mozarteum Argentino, sirvió para conmemorar los setenta años de actividad continua de esta prestigiosa institución, que Jeannette Arata de Erize, figura consular de nuestro mundo musical, fundó en 1952. Sobrio en su cometido (aunque vívido en sus traducciones), nuestro visitante, verdadera estrella de la ópera de nuestros días, impresionó asimismo debido a su entrega total, sin retaceos, la Inmaculada perfección del “fiato” (¿se notó algo?), flexibilidad en el manejo de intensidades y gradaciones (todo pareció fácil), la absoluta firmeza y seguridad de todas y cada una de sus notas.
Perfección técnica
Conviene aclarar a esta altura que el programa del recital se compuso de muchas arias de las más conocidas y recias del repertorio, además de algunas atrayentes canciones. En este contexto, y poniendo de manifiesto una entrega total de cabo a rabo (desde ya muy inusual en estos lances), Beczala, sin permitirse recreos a cargo sólo del pianista, se brindó por entero y a lo largo de cerca de ciento cuarenta minutos de actuación ininterrumpida (con un intervalo) no puso en evidencia fatiga alguna, mayor esfuerzo ni la más mínima fisura vocal.
Vale la pena destacar que el metal del gran artista polonés, en su timbre y por momentos en el color, resulta algo plano, si se quiere lineal en orden a la uniformidad de sus armónicos. Esto conspira contra el manejo de las inflexiones. Pero paralelamente con ello, su excelencia técnica y sus dotes naturales (como si un hada lo hubiera tocado con su varita mágica) verdaderamente asombran. No abre ni cierra un sonido, tiene una emisión de impactante franqueza, ninguna vocal le plantea inconvenientes y sus proyecciones canoras son netas, de limpio esmalte, lo que le permite sortear con soltura las partes heroicas sin el más mínimo embarazo.
Y como si todo esto fuera poco, su versatilidad idiomática es también mayúscula: cantó en italiano, ruso, alemán, napolitano, francés y polaco. Cubre bien, en ocasiones colorea con atinada intención, y a sus excepcionales aptitudes congénitas suma una comunicatividad de óptima ley, despojada de cualquier amaneramiento o efectismo. Buen ejemplo de ello, sin ir más lejos, fue “Quando le sere al placido”, de “Luisa Miller”, trozo en el que desplegó pasión reconcentrada en el fraseo, vigor, bello centro, todo en el marco de líneas adecuadamente consustanciadas con el sello verdiano.
Seis bises
Todas las páginas que abordó el tenor polaco, con sus más y sus menos, fueron objeto de traducciones muy celebradas. “Pourquoi me réveiller?”, de “Werther”, de Massenet, no fue su mejor logro, casi podría decirse que por una desincronización estilística. Pero en todos los demás fragmentos tanto el perfil como el fraseo y los contenidos estéticos resultaron ideales, todo ello cohonestado por una expresividad que hizo tocante huella en el público. Es difícil señalar un momento que se haya distinguido por encima del resto; pero tal vez fue en “Kuda kuda, kuda”, la melancólica, exquisita aria de “Evgeny Oneguin” (ópera que viene de cantar en el Met), donde Beczala alcanzó mayor lucimiento debido a sus trazos de elevada nobleza, plenos de sensibles matices, bien efusivos. Se trató de una genuina cátedra interpretativa, incluso en función de una administración de la dinámica y las intensidades de magnífico discurso.
Por su lado, el pianista sajón Camillo Radicke cumplió él también una faena de primerísima categoría: pulcro, delicado, límpido en el abordaje de todas las piezas, de agraciado cromatismo en la exposición de las tenues, descriptivas imágenes de Rachmaninov. Más allá de ser un mero acompañante, su desempeño y su simbiosis con el cantante generaron momentos de refinada plasticidad, como en “E lucevan le stelle” y la canción “Vaghissima sembianza”, de Stefano Donaudy.
En el final, nada menos que seis bises, que incluyeron aparte del fragmento de “Werther”, incluyeron e l hermosísimo “lied” “Zueignung”, opus 10 de Richard Strauss, vertido con distinguido melodismo, el aria de la flor, de “Carmen”, “Core’ngrato”, la estupenda “canzonetta” de Salvatore Cardillo, “Dein ist mein ganzes Herz” (“Tuyo es mi corazón”), de “El país de las sonrisas”, de Lehár y una pieza del sinfonista polaco Mieczyslaw Karlowicz. Esto es: que hubo para todos los gustos.
Calificación: excelente
Carlos Ernesto Ure