El tenor Javier Camarena bisó “Una furtiva lagrima”
EXCELENTES VOCES EN “EL ELIXIR DEL AMOR”
Teatro Colón
Jueves 4 de agosto de 2022
Escribe: Carlos Ernesto Ure
Fotografias: Teatro Colón
“L’Elisir d’amore”, melodrama “giocoso” en dos actos, con texto de Felice Romani, y música de Gaetano Donizetti.
Con Nadine Sierra, Javier Camarena, Ambrogio Maestri, Alfredo Daza y Florencia Machado.
Iluminación de José Luis Fiorruccio
Escenografía de Enrique Bordolini
Vestuario de Renate Schussheim
“régie” de Emilio Sagi.
Coro (Miguel Fabián Martínez)
Orquesta Estables del Teatro Colón (Evelino Pidò).
En cuarta función de abono de la temporada lírica oficial, el Colón presentó esta semana una de las óperas cómicas más populares de todo el repertorio: “El Elixir del amor” (1832), de Gaetano Donizetti. Pasemos por alto la puesta estrafalaria de Emilio Sagi, que con toques “kitsch” y de “musical” de Broadway, desnaturalizó la esencia, el meollo de la trama, para centrarnos entonces en el cuadro vocal, protagonizado por tres figuras de muy alto rango internacional, que otorgaron a la representación una jerarquía últimamente inusual en el coliseo de la calle Libertad. Reconocidos especialistas en el género, todos ellos lucieron entre otras cosas agraciada musicalidad y particulares dotes para el silabeo velocísimo que por momentos requiere la partitura, además de refinada línea de canto.
Voces destacadas
Debutante en nuestro medio, Nadine Sierra (Adina) exhibió un registro realmente diamantino, bien armado, parejo (salvo algunas notas episódicamente apretadas en el pasaje alto), de exquisitas reverberaciones. Impecable en la claridad de las coloraturas, la soprano lírico-ligera de Fort Lauderdale (34) mostró asimismo seguridad, estilo, ductilidad, ello sin perjuicio de señalar que para una sala de grandes proporciones su caudal puede parecer un tanto limitado, esto sin desmedro de su lozanía y nítida llegada.
Conocido ya por el público local (“Falstaff”, 2014), Ambrogio Maestri (Dulcamara) volvió a cumplir una gran actuación. Potente en presencia y volumen, el metal del gran barítono paviano se oyó siempre homogéneo y redondo, chispeante. Absolutamente apropiado para un papel que domina a la perfección, su discurso y sus inflexiones reflejaron siempre una gracia de tocante calidad, despojada de cualquier amaneramiento, sello propio de artistas eximios.
Por su lado, nuestra compatriota Florencia Machado (Giannetta) exhibió voz sólida, de cálida y desenvuelta comunicatividad, al tiempo que el azteca Alfredo Daza (Belcore) desplegó por el contrario una tarea opaca por lo ondulado y desgastado de su material. Preparado por su titular, Miguel Martínez, el coro de la casa, excesivamente resonante en algunos trozos, volvió a lucir su vibración e incuestionable categoría.
Una duplicación prohibida
En el podio estuvo Evelino Pidò (ya nos había visitado en 2017), quien aparte de ciertos desencuentros con el palco escénico (sobre todo en el segundo acto), abrió innecesariamente ciertos cortes acuñados por una consagrada tradición italiana, lo que sólo sirvió para dilatar la jornada sin agregar nada de demasiado interés. Pero paralelamente con ello, el maestro turinés plasmó una versión de fluidas cadencias y bien desenvueltos “crescendi”, y fundamentalmente manejó toda la edición con ritmos y dinámica de permanente vivacidad. Alejada de su mejor nivel técnico, la orquesta estable acreditó en cambio imprecisiones variadas de articulación (como dato de interés, los recitativos fueron acompañados por un piano vertical).
La sorpresa de la noche estuvo dada sin duda por lo ocurrido con Javier Camarena (Nemorino, un palurdo campesino sin la más mínima vinculación con un “college” de Inglaterra o Estados Unidos). Dueño de una voz sedosa, de distinguida tersura, de emisión diáfana y franca e igual en toda la extensión de su tesitura, el tenor mejicano (46) lució asimismo remarcables condiciones actorales, y un fraseo superior. Esto sin desmedro de sus agudos fáciles, de impacto, su flexibilidad para “apianar” y engrosar las notas y un legato elegante y delicado (sin ir más lejos: “Adina credimi, te ne scongiuro”).
Todo esto fue particularmente notorio en “Una furtiva lagrima”, romanza que mereció una ovación de tal magnitud que conmovió visiblemente al cantante veracruzano y motivó su repetición (con alguna variante). Así. Tal cual. Los bises están absolutamente prohibidos en el Colón desde hace muchas décadas. Y la regla se cumple a rajatabla. Es que siempre se consideró que aquellos simples tributos al canto, para deleite de la concurrencia, desvirtuaban por mero placer estético la continuidad racional de la acción teatral. De modo que bien podría afirmarse que este caso marcó un verdadero hito en la historia del teatro Colón. Es probable que pocos espectadores recuerden un episodio semejante en lo que concierne a una representación melodramática (salvo el de Domingo en “Tosca”, hace cuarenta años).
Calificación: muy bueno
Carlos Ernesto Ure