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Con la pianista Anna Miernik y el maestro Fontana

 

TODO SHOSTAKOVICH CON LA SINFÓNICA NACIONAL

 

Centro Cultural CCK

Viernes 16 de septiembre de 2022

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure

 

 

Shostakovich: Obertura Festiva, en la mayor, opus 96, Concierto N° 2 para piano y orquesta, en fa mayor, opus 102, y Sinfonía N° 5, en re menor, opus 47.

- Anna Miernik, piano

- Orquesta Sinfónica Nacional (Gustavo Fontana).

 

Es decididamente digno del mayor elogio el ciclo que está llevando adelante la Orquesta Sinfónica Nacional en el Centro Cultural Kirchner (nunca en la vida se supo que el ex Presidente tuviera la más mínima vinculación con la cultura), no solamente porque es de ingreso gratuito, sino también debido a que habitualmente se ofrecen, como en esta ocasión, veladas musicales de jerarquía. El viernes, con dirección del porteño Gustavo Fontana, nuestra gran agrupación federal dedicó su concierto por entero a Dmitri Shostakovich, ante un auditorio totalmente colmado (hubo que habilitar incluso la galería superior), y desde ya con repertorio algo inusual para el gran público, la jornada tuvo excelente llegada y alcanzó con sus más y sus menos niveles de relevante interés.

 

El concierto “intrascendente”

La función se inició con la Obertura Festiva (1947), que el compositor de San Petersburgo compuso por encargo y de apuro a fin de conmemorar las tres décadas de la revolución comunista-leninista, trabajo de ornamental superficialidad, que fue vertido con una grandilocuencia pirotécnica, propia de su esencia.

 

Pero lo que llamó poderosamente la atención, ya desde el comienzo mismo de la sesión, fue el ajuste y la seguridad técnica de la orquesta, transparente en las filas de violines, excelente en maderas, acampanada en sus bronces, sólida en contrabajos y cellos. Esto además del preciso equilibrio de planos y la impecable precisión en cierres de frases y complicados “tutti”. Después de haber sido tan castigada, casi abandonada a su suerte durante la gestión del gobierno anterior, bien podría decirse que como el ave Fénix, la Sinfónica Nacional está resurgiendo en camino de ser el gran organismo que fue en otros tiempos.

 

El Segundo Concierto para piano y orquesta (1957) fue escrito por Shostakovich para el decimonoveno cumpleaños de su hijo Maxim, sin otro propósito que brindarle un simple homenaje que contribuyera a afianzar sus estudios pianísticos. El mismo autor lo consideró intrascendente, pero lo cierto es que se trata de una creación bien conocida (últimamente por la película “Fantasía”, de Disney), concisa, libre, elegante, sin trompetas ni trombones, que contó en la ocasión como solista a la polaca Anna Miernik. Tecladista de buena escuela, alumna entre otros de Paul Badura-Skoda, y con importante actuación en Europa, la ejecutante mostró agilidad y toque claro, pero su desempeño se vio por lo general opacado por el maestro Fontana, quien a partir de la sonoridad excesiva que imprimió al conjunto a sus órdenes, cubrió casi siempre la voz del piano; en verdad, privada de poesía, casi todo fue visual, porque en la mayor parte de la entrega sólo se divisaba a la pianista afanada en su parte, pero no se la oía.

 

En el bis que ofreció, una pieza de Chopin, Anna Miernik pudo en cambio lucir su clase, la delicadeza de su estética y fraseo, su toque suave y límpido.

 

La Quinta Sinfonía

Cabe apuntar como punto en contra de los organizadores la ausencia de programa de mano. Algo lamentable (¿quizás por economía?), suplido por el director con comentarios previos a la traducción de la Quinta Sinfonía, obra estrenada en Leningrado en 1937 por Evgueni Mravinski, quien según Shostakovich no la entendía para nada.

 

Aquí todo cambió. Porque a favor del impecable desempeño de la agrupación, en la que se destacaron la cálida solista de flauta y el atildado concertino Luis Roggero, la versión de esta creación espléndida, magnífica en sus interrelaciones tímbricas y de seccione, sus elaboraciones armónicas y sus penetrantes diseños melódicos, alcanzó desde ya elevado rango (el orgánico incluye piano, celesta y xilofón con roles de relieve). Absolutamente firme de cabo a rabo en su gestualidad y conducción, Fontana, sin batuta, modeló su entrega siempre con tensión inclaudicable, elocuencia, acabada articulación. La paleta cromática y las gradaciones del célebre “largo” (un coral meditativo) resultaron de notable categoría y refinamiento, y el discurso global, consistente, de tiempos bien meditados, reveló dominio cabal de una partitura expresivamente compleja por donde se la mire, que según Shostakovich debía ser clara y de fácil comprensión para todo el mundo.

 

Calificación: muy bueno

 

Carlos Ernesto Ure