“Los siete pecados capitales” y “El castillo de Barbazul” en el Colón
UN ESPECTÁCULO DECEPCIONANTE
Teatro Colón
Miércoles 28 de septiembre de 2022
Escribe: Carlos Ernesto Ure
Al gran éxito de “Elisir d’amore” sucedió un extraño espectáculo en la sala de la calle Libertad (28 de Septiembre). Ello, en primer lugar porque “Los siete pecados capitales” (“de los pequeños burgueses”, según la terminología ideologizada de Bertolt Brecht) es un ballet cantado (1933), que en principio no parece adecuado para ser presentado en una gran sala de ópera. Sátira caricaturesca, propia del particular estilo expresionista paródico de Kurt Weill, bien podríamos decir, sin desmerecer sus valores musicales y teatrales, que se ubica en un campo intermedio entre el cabaret musical y el music-hall. A lo que cabe agregar que el debut en nuestro país de la “metteur-en-scène” Sophie Hunter, encargada también de la puesta de “El castillo de Barbazul” (1918) no fue precisamente afortunado.
La orquesta y el canto
En lo que hace a las voces, el registro de la joven mezzo londinense Stephanie Wake-Edwards (Anna I) resultó algo entubado y pequeño, en tanto que su línea careció de la cadencia y el decir propios del género. Por su lado el metal de su colega israelita Rinat Shaham (Judith), también de caudal reducido e insuficiente para una ópera de tamaña densidad como la de Béla Bartók, fue devorado por la cortina orquestal, mientras que el barítono húngaro Károly Szemerédy (Duke Bluebeard) lució en cambio un canto recio, homogéneo, excelentemente timbrado.
En el foso estuvo el maestro británico Jan Latham-Koenig, quien a partir de Enero de 2023 pasará a desempeñarse como director musical del teatro Colón. En esta ocasión condujo la pieza de Weill con una falta de “swing” y un vigor dramático completamente divorciados de su esencia, al tiempo que en el drama legendario de Bartók, inspirado en un cuento de Charles Perrault, si bien con algo de linealidad en el fraseo, se manejó con impecable precisión y tensión.
El Colón como recinto de pruebas
Tensión que no pudo lograrse plenamente en función de la producción. Con favorables antecedentes en el teatro de prosa, el cine y la televisión, ésta era la primera vez que la directora británica Sophie Hunter hacia sus primeras armas en un recinto lírico extenso e importante. La experiencia no resultó lograda. En “Los siete pecados capitales”, la iluminación oscura, la reiteración de escenas escasamente imaginativas y la pobre identificación de cada una de ellas con el pecado al que correspondían, salvo la lujuria (la coreografía de Ann Yee no ayudó para nada), despojaron de interés y ritmo fluido a la representación.
En “Barbazul”, una concepción superintelectualizada (dos personajes con mínimos movimientos sobre un disco central), la virtual eliminación de decorados en un marco nocturnal y poco creativo, todo sumado a un enorme ojo en el fondo con un sinfín de figuraciones oníricas que parecían más de relleno que otra cosa, hicieron que buena parte del público saliera corriendo del teatro al terminar la función.
“Alcina”, de Händel
Aparte de ello, acompañada por la Orquesta Barroca de Venecia, la célebre mezzo checa Magdalena Kozéná (49), esposa de Simon Rattle, ofreció dos días después seis páginas de “Alcina”, de Haendel, con exquisito fraseo y convicción interpretativa y voz cálida y plena.
Calificación: regular
Carlos Ernesto Ure