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Dos óptimas voces y una puesta desvariada

 

DESPUÉS DE MÁS DE UN SIGLO: “LOS PESCADORES DE PERLAS”

Teatro Colón

Martes 25 de octubre de 2022

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure

Fotos: Arnaldo Colombaroli, Máximo Parpagnoli

 

“Los Pescadores de Perlas”, ópera en tres actos, con texto de Eugène Cormon y Michel Carré, y música de Georges Bizet. Con Hasmik Torosyan, Dmitry Korchak, Gustavo Feulien y Fernando Radó. Iluminación de José Luis Fiorruccio, video de Carolina Jacewicz, escenografía de Luigi Scoglio, vestuario de Mini Zuccheri, coreografía de Diana Theocharidis y “régie” de Michal Znaniecki. Coro (Miguel Fabián Martínez) y Orquesta Estables del Teatro Colón (Ramón Tebar).

 

Cuando tenía veinticuatro años Georges Bizet compuso “Los Pescadores de Perlas”, ópera que se estrenó en el Théâtre-Lyrique de París en 1863 (“Carmen” es de 1875). En nuestro país (y esta es una curiosa historia) su primera presentación tuvo lugar en el Colón viejo en 1888, y se la repuso luego en 1889 y 1895 en el teatro de la Ópera. En 1913 llegó al Colón que conocemos (Barrientos, Anselmi). Décadas más tarde, recién en 1992, esta vez en francés, se la volvió a ofrecer en el Argentino de La Plata (Philibert, Ayas). Siempre con Antonio Russo en el podio, Juventus Lyrica la reeditó en 2011 (V.Wagner, Ullán). Después de estas peripecias y de un insólito paréntesis de ciento nueve años (tal cual), el Colón subió nuevamente a escena “Les Pêcheurs de Perles”, el martes, en sexta función de gran abono de la temporada lírica oficial, evento de desigual jerarquía, porque por un lado rayó a gran nivel en su costado musical, pero por otro exhibió una producción cuando menos de confusa coherencia.

 

Voces destacadas

¿A qué se deben estas tan espaciadas apariciones? La música de Bizet, adscripta ciento por ciento a la escuela francesa, luce fragmentos de inspirado melodismo y elevación, buen tratamiento de las voces y algunos incipientes hallazgos colorísticos e instrumentales (no muchos). Este es el meollo de su supervivencia. Pero paralelamente con ello la elaboración armónica y orquestal no destaca para nada, demasiados pasajes y acordes parecen antes que nada de relleno, y lo que es peor el hilo dramático resulta de “una rara, insulsa vulgaridad”, como lo precisa Paul Landormy.

 

En materia de voces, señalemos para comenzar que en la velada que nos ocupa la joven soprano armenia Hasmik Torosyan (Leïla) desplegó una labor caracterizada por la exquisitez de su línea, dicción y reverberaciones. Dueña de un metal lozano, emitido con pureza y franqueza, su centro se oyó especialmente bello, esto al margen de un volumen si se quiere limitado pero que llega bien, naturalmente flexible y manejado con controlada homogeneidad.

 

La estrella de la noche fue de todos modos Dmitry Korchak (43, Nadir), quien cumplió una actuación de primer nivel internacional en orden a la entereza y nitidez de su metal, orientado con firmeza y flexibilidad a lo largo de toda su tesitura. Es cierto que en más de un fragmento su elocución se oyó muy lineal, despojada mayormente de inflexiones. Pero también lo es que la calidad de sus filatos y esfumaturas siempre audibles, el dominio de las voces medias, pianos y pianíssimos, su prodigiosa facilidad para agrandar o reducir las notas y aun para llegar sin el más mínimo problema a los agudos en “forte” (si bemol cómodo) hicieron que su debut en el Colón constituyera un verdadero acontecimiento. El caudal del tenor ruso no es poderoso, pero si penetrante, y en esta dirección, bien puede afirmarse que su versión de la célebre romanza “Je crois entender encore”, a favor de su delicado fraseo, pareció realmente una hermosa cátedra de canto.

 

En lo que hace a nuestros compatriotas, el bajo Fernando Radó (Nourabad) mostró por su lado registro recio, y en cuanto a Gustavo Feulien (Zurga), barítono de timbre neutro reemplazante de Fabián Veloz, quien viajó al Met: no, no, no.

 

Preparado por su titular, Miguel Martínez, el coro de la casa, cumplió en líneas generales una gran faena. Soberbio en el acto inicial debido a la nítida y elocuente amalgama de sus cuerdas, no mantuvo en realidad el mismo rango en los siguientes, sin descender para nada de una esfera de esmerada corrección.

 

“Mise-en-scéne” extraviada

Al frente de la Orquesta Estable estuvo el maestro valenciano Ramón Tebar (46), director de la Florida Grand Opera, quien condujo con gesto agraciado y comunicativo y absoluta autoridad respecto del palco escénico. Su traducción revistió impecable justeza, tiempos apropiados y precisa dinámica, dentro del marco estrecho que permite la partitura juvenil de Bizet.

 

La sorpresa de la jornada estuvo dada por una producción, no digamos polémica, porque no alcanzó categoría para ello, pero sí incoherente en su contexto global. A cargo del “regisseur” polaco Michal Znaniecki, con escenografía casi inexistente y vestuario heterogéneo (tercer acto), el primero se caracterizó por continuas proyecciones de video (Karolina Jacewicz) de figuraciones e iluminación multiformes, oníricas, desde ya logradas si se piensa que el exotismo de esta ópera se presta al desarrollo de cualquier fantasía.

 

Pero en los cuadros siguientes, a partir de otras líneas conceptuales, la cosa se vino abajo. Una suerte de mensaje ecologista totalmente descontextuado (plásticos y basura como exposición de lo que es el Ceilán actual), infinidad de figurantes, rígidos decorados de fondo, personajes vestidos de calle en la época actual, enormes tules, condenados en la hoguera (no se sabe por qué), movimientos de infantil puerilidad, todo configuró un especie de aquelarre carente de llave maestra.

 

 

Calificación: muy bueno

Carlos Ernesto Ure

 

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