Orquesta Filarmónica de Buenos Aires
DOS OBRAS QUE TRASUNTAN ALEGRÍA Y ESPERANZA
Teatro Colón
Viernes 02 de diciembre de 2022
Escribe: Alejandro A. Domínguez Benavides
Programa:
G. Gershwin – Rhapsody in blue.
G. Mahler - Sinfonía No. 7 en Mi menor “Canción de la Noche”.
Orquesta Filarmónica de Buenos Aires .
Director – Enrique Arturo Diemecke.
Piano – Sergio Tiempo.
Calificación: Bueno.
La Orquesta Filarmónica de Buenos Aires concluyó el año con la Rhapsody in blue, famosa por las ejecuciones en los escenarios y quienes tenemos memoria musical cinematográfica la recordamos desde los films de Disney a la inolvidable Manhattan de Woody Alen estrenada en mil novecientos setenta y ocho. En cambio la Sinfonía N° 7 de Mahler, al contrario, no es una obra tan popular en la programación de las orquestas sinfónicas.
Sin embargo ambas obras disímiles tienen dos puntos en común, según Virginia Chacon Dorr -en el comentario escrito en el programa de mano- “proponen un caudal formidable de ideas musicales; y en cada historia los viajes son cruciales para estimular la imaginación de los creadores” y agregaría crean un clima festivo la Rhapsody in blue desde lo exterior con el ritmo que marca el jazz estilizado, ofreciendo un caleidoscopio musical de los Estados Unidos, según la opinión del mismo Gershwin.
La Séptima Sinfonía, por su parte, transita ese clima festivo desde la interioridad. Mahler plantea a lo largo de sus cuatro movimientos un clima de vigilia, de oscuridad que se quiebra con el Rondó- Finale, esplendoroso, lleno de luz como un Domingo de Pascua. Ambas obras son apropiadas para concluir un ciclo con alegría y con esperanza.
No obstante, lo dicho, las interpretaciones sufrieron algunos altibajos que no lograron opacar ese clima pero tampoco le dieron el brillo que esperábamos.
El glisando del solo de clarinete a cargo de Mariano Rey ejecutado espléndidamente presagió solo buen comienzo. El sincopado de la marcha, al comienzo estuvo excesivamente marcado, repiqueteaba como si fuera una banda militar. Además, se percibieron algunos desajustes que se fueron reacomodando hasta lograr pasajes de indudable calidad sonora.
El solista Sergio Tiempo, considerado uno de los mejores pianistas de su generación, nieto del recordado maestro Antonio De Raco, hijo de Lyle Tiempo y hermano de Karin Lechner, estuvo correcto, pero le faltó audacia y creatividad en los espacios de improvisación que permite la obra. El swing y la sensualidad del jazz pasaron desapercibidos y el piano dialogó en voz baja con la orquesta. Una pena.
El público entusiasta aplaudió excesivamente y Tiempo respondió de la misma manera con tres bises de Piazzola, Ginastera y una obra final con partitura, demasiado extensa.
En la segunda parte el maestro Diemecke con su locuacidad didáctica acostumbrada, explicó a grandes trazos los entretelones creativos de la obra de Mahler y el contenido de cada movimiento. El primero es muy largo y termina de una manera estruendosa, por favor no aplaudan, dijo, por supuesto algunos rebeldes, ignorantes o distraídos, aplaudieron. En fin.
La primera Nachtmusik comenzó con dos toques quejumbrosos de trompa tenor, -un instrumento que rara vez se incluye en una configuración orquestal- uno cercano y otro aparentemente resonando en la distancia. Una marcha rígida y en constante avance rompió la quietud tranquila, sugiriendo una especie de “patrulla” nocturna. Se han hecho paralelismos entre esta música y la pintura oscuramente velada de 1642 de Rembrandt, La ronda de noche. La Orquesta logró que escuchemos los sonidos de la naturaleza. Los compases finales trajeron la transformación abrasadora de una tríada de mayor a menor, un motivo aterrador que emerge a lo largo de la Sexta Sinfonía de Mahler.
El tercer movimiento, un Scherzo grotesco, que Mahler marca como Schattenhaft (“sombrío, como un fantasma”). Comenzó con los mismos gruñidos bajos y gemidos que abren el movimiento final. El movimiento anterior estaba lleno de criaturas que rondan en la noche. En este, el compositor pretende que los demonios estén presentes, arremolinándose a nuestro alrededor de una manera similar al terror de la Sinfonía fantástica de Berlioz, o tal vez al Erlkönig de Schubert. Algunos musicólogos ven la burla más morbosa y sarcástica del vals vienés. Las mismas voces sardónicas vuelven en las sinfonías de Shostakovich.
Todos los demonios se evaporan con la segunda Nachtmusik (el cuarto movimiento). Nos encontramos en medio de una serena e íntima serenata de medianoche, con el añadido mágico y atmosférico de una guitarra y una mandolina. Que no se percibieron claramente en la ejecución de la Orquesta Filarmónica. Todo el movimiento fue una obra de música de cámara, formada por pequeños grupos de voces instrumentales conversadoras. De esta manera, anticipa las ingeniosas piezas de cámara de compositores de finales del siglo XX como Schoenberg y Stravinsky.
La Séptima Sinfonía emerge a la brillante luz del día con el "desenfrenado" Rondo-Finale. Los bulliciosos timbales prepararon el escenario para una proclamación triunfal y de celebración en los metales. Si bien muchas de las sinfonías anteriores de Mahler conducen a un claro momento de transfiguración, este final nos sumerge en algo más caótico, escandaloso e inconexo. Fanfarrias, bailes rústicos, alusiones a la ópera italiana y fragmentos neobarrocos se mezclan con parodias de Los maestros cantores de Nüremberg de Wagner y La viuda alegre de Franz Lehár. Un símbolo fácilmente reconocible para un final de victoria y de buen humor que tal vez entra en el mismo mundo jubiloso que el movimiento final de la Novena Sinfonía de Beethoven.
La Orquesta Filarmónica de Buenos Aires cerro un Ciclo de diecinueve conciertos, con esta obra difícil de ejecutar, de oír y de entender, motivo de alegría y de celebración por encima de los índices inflacionarios y de los gastos desmesurados del estado que provocan la pobreza material de todos los ciudadanos y habitantes del suelo argentino.