“La Flauta Mágica” en el Colón
LA MANIPULACIÓN DE LA FLAUTA
Teatro Colón
Viernes 12 de mayo de 2023
Escribe: Osvaldo Andreoli
Fotos: Arnaldo Colombaroli, Teatro Colón
La Flauta Mágica, singspiel en dos actos de Wolfang Amadeus Mozart con libreto de Emanuel Schikaneder
Reparto: Juan Francisco Gatell, Hera Hyesang Park, Alejandro Spies, Lucas Debevec Mayer, Laura Pisani, Iván Maier, Laura Polverini, Eugenia Coronel Bugon, Daniela Prado, Nazareth Aufe, Mario De Salvo, Celeste Usciatti, Vera Scattini, Adam D’onofrio
Iluminación de Diego Leetz
- Vestuario y escenografía de Esther Bialas
- Animación de Paul Barritt
-Dramaturgia de Ulrich Lenz
- Directores de escena: Barrie Kosky y Suzanne Andrade.
- Coro (Miguel Fabián Martínez) y Orquesta Estables del Teatro Colón (Marcelo Ayub).
“Esto no es para mí”, masculló el veterano habitué de platea. No había transcurrido media hora y se marchó. La profusión de estímulos visuales, los dibujos animados en la pantalla parecían darle la razón. La teatralidad que singulariza a la ópera brillaba por su ausencia. Pese al regocijo en la sala y los primeros aplausos a la vocalidad de los cantantes. El público parecía dispuesto a disfrutar del entretenimiento anunciado. Sin embargo la audición musical se desviaba, debido a los efectos incesantes. La vertiginosidad correspondía al consumo inmediato del juego digital. El festejo, la aprobación no se hizo esperar.
Por algo las localidades estaban agotadas para todas las funciones. ¿Nuevos públicos? Cabe reconocer una política marketinera exitosa.
El director de escena Barrie Kosky proviene de la Öpera Cómica de Berlín y La codirectora Suzanne Andrade trabaja con el animador Paul Barrit. De allí la intersección de performance y animación, lo vivo y lo digital. La sincronía de ilustración y cine para crear un “teatro fímico mágico”. Sin duda, apuntan al entretenimiento global. La industria del entretenimiento gana posiciones.
El homenaje al cine mudo de hace un siglo incluyó a famosos actores de la época caracterizando a los personajes. Pero los diálogos de la ópera con partes habladas, el singspiel, fueron sustituídos por carteles proyectados en la pantalla. Matizados por piezas para piano de Mozart, en la recreación de Iván Rutkauskas. La licencia permite evocar el clima del cine mudo, donde un pianista en vivo acompañaba la función. La inmovilización de los cantantes, parados o subidos a plataformas, se compensa con los efectos del “cartoon” animado. La sofisticación tecnológica puede contribuir a la ilusión óptica. El plano visual, la pantalla, puede convertirse en la veladura que distrae del espíritu de la música.
Lo que se perdió el veterano operómano fueron los staccatos, las notas picadas de la Reina de la noche, los sobreagudos del odio y la venganza servidos por la soprano Laura Pisani, o la performance del barítono Alejandro Spies. Este último caracterizando a Buster Keaton, el cómico que nunca reía, para el rol de Papageno. Y no escuchó nuestro habitué el mérito del conjunto del elenco. Tampoco los aciertos de la Orquesta Estable dirigida por Marcelo Ayub, ni la solvencia del Coro a cargo de Miguel Martínez. Su canto llegaba desde distintos sectores espaciales, valorizando la acústica del Colón. Los esfuerzos fueron coronados por largas ovaciones. Merecidas también para Juan Francisco Gatell, Hera Yesang Park, Lucas Debevec Meyer, Ivan Maier, Laura Polverini, Eugenia Coronel Bugnon, Daniela Prado, Nazareth Aufe, Mario De Salvo, Celeste Usciatti, Vera Scattini, Adam D’onofrio.
Pero el Colón no es un teatro cómico ni Disneylandia. Mozart no era un mero juguetón, un simple gaudente. La serena alegría que emana de La flauta mágica no la percibe una atención dispersa.
Si bien el Singspiel mozartiano es una obra “clásica” en el canon operístico, eso no significa que su proyección futura habilite interpretaciones antojadizas. Evitando un perspectivismo a ultranza, hay que considerar que no debe ser desvirtuada la esencia del mensaje del compositor. Hay un límite interpretativo del signo artístico, como señaló Umberto Eco. En este caso, la reducción a lo anecdótico del argumento desvaloriza sus significados. El público festeja. Acicateado por la aprobación de conocedores que no reparan en el núcleo de sentido la obra de arte. O por eufóricos, que en el peor de los casos, confunden el periodismo crítico con la prensa de un espectáculo.
También hay una subjetividad ligada a la inmediatez efectista y a una filosofía de la época. Wellness, confort. Un infeliz es sospechoso o inepto.
No se trata de la confusión reinante entre lo alternativo y lo solemne. (Para algunos el Colón está exhibiendo puestas “alternativas”) Serían “renovaciones” frente a un gusto tradicionalista. No es así. Ésta es una versión fallida porque sus referencias al cine mudo y al expresionismo, o a la psicodelia de los años 60, (incluído el Yellow Submarine de los Beatles), se exponen en un lenguaje ajeno a la ópera. Ésta sigue siendo teatro. Drama cantado desde Monteverdi. Acción, kinesis, gestualidad y conflicto del cuerpo en escena. La concepción decorativa y efectista carece de proyección dramatúrgica. Todo está digerido. La Reyna de la Noche es una araña voraz desde el principio, un bicho caricaturizado. No hay progresión del personaje, ya se sabe todo acerca de él. Es un estereotipo, como la suplantación de Tamino por Chaplin, Pamina por Louisse Brooks, Papageno convertido en Buster Keaton, Monostatos en Nosferatu, el vampiro del expresionismo alemán.
Hay una paradoja entre el espectáculo y el comentario en el programa de mano del teatro, titulado “La armonía de la razón”. El cuento del héroe que debe rescatar una princesa y enfrentar ell mal, se convierte en un manifiesto afín al iluminismo. Mozart y su libretista Schikaneder eran gente de teatro y masones que creían en el triunfo sobre el oscurantismo. De allí los símbolos en la ópera. La versión cómica que apreciamos desvirtúa la densidad de sus climas, lo alegórico del mensaje crítico revelado por Mozart. Ese viaje iniciático y moral guiado por la razón. Lo notable es que los mundos de la luz y las tinieblas se entrecruzan.
Osvaldo Andreoli