Con Joyce DiDonato e Il Pomo d’Oro
MÚSICA DE SUPERIOR CATEGORÍA EN EL MOZARTEUM
Teatro Colón
Lunes 5 de agosto de 2024
Escribe: Carlos Ernesto Ure
Fotos: Liliana Morsia para el Mozarteum Argentino
“Edén”, con obras de Charles Ives, Rachel Portman, Marco Uccellini, Marini, Josef Myvečeslik, Giovanni Valentini, Francesco Cavalli, Georg Friedrich Händel, Christoph Willibald Gluck y Gustav Mahler.
Iluminación de John Torres y dirección escénica de Marie Lambert-Le-Bihan. Joyce DiDonato, mezzo e “Il Pomo d’Oro (Edson Scheid).
Con rumbo que difiere de su actuación en recitales líricos y óperas completas, Joyce DiDonato nos visitó por sexta vez. Y en esta ocasión ofreció un espectáculo denominado “Edén”, que alcanzó el lunes en el Colón, en tercera función de abono del Mozarteum, un rango musical decididamente estelar.
Integrada por piezas que recorren cuatro siglos de creación en el arte de Santa Cecilia, ideada y protagonizada por ella misma, la célebre mezzo de Kansas (55) diseñó una propuesta atrayente, originalísima, inspirada en dos vértices. Por un lado, el fomento apasionado de la educación musical en la niñez (¡una ambición magnífica!). Por otro, y siempre a favor de la trascendencia si se quiere metafísica de la música, su gobierno como vehículo de re-encuentro del ser humano con la naturaleza.
Un grupo de diez puntos
Digamos antes de seguir adelante, que según el Libro del Génesis, los jardines del Edén (o si prefiere, el Paraíso) conforman el lugar donde Dios puso al hombre, después de haberlo creado. Rousseau y John Locke evocaron este orden idílico, del estado de naturaleza en contacto puro y primigenio con el nuevo ser, y a este retorno, un ideal utópico pero no por ello necesariamente perdido para nuestra mirada apuntó la depurada concepción de todo el montaje. Marco novedoso para nosotros, pero no en el ámbito internacional, porque lo cierto es que desde 2022 Joyce DiDonato lo viene llevando a todo el mundo, en un periplo que abarca ya más de cuarenta y cinco ciudades a lo largo de los cinco continentes.
Como soporte orquestal de la jornada escuchamos nuevamente a Il Pomo d’Oro, conjunto de veintitrés (23) miembros, integrado por cuerdas, continuo, vientos, bronces, que desplegó una labor melodiosa, francamente brillante. En efecto; conducido por su concertino, Edson Scheid, el grupo, dividido en dos secciones que se ubicaron a cada lado del escenario, acreditó exquisita cuadratura, impecable equilibrio y marcación rítmica, así como también precisión, afinación y estilo. Ello a punto tal que hasta la tiorba (Gianluca Geremia) se insertó con cabal y esta vez grata medida dentro de los planos sonoros globales.
Uno de los aspectos cardinales de esta exitosa propuesta fueron desde ya los efectos lumínicos. Concebidos por John Torres, inteligentísimos, animados haces de luz predominantemente blanca (a veces tenuemente amarilla, roja, fucsia, verde) se expandieron en esbeltas líneas diagonales a partir especialmente de ocho focos insertos en un tinglado de fondo negro, tanto sobre el palco escénico como contra la sala, sus laterales, el cielorraso, formando ángulos diversos proyectados con milimétrica sincronización.
Una voz privilegiada
En cuanto a la gran cantante norteamericana, su labor fue espléndida por donde se la mire. Dueña de una desenvuelta y empática personalidad, en lo que hace a los aspectos vocales cumplió, y se lo debe decir, un cometido superlativo. Pleno de impactante color, su registro se oyó singularmente potente, muy dúctil (sus “filati“ fueron delicadísimos), las transiciones de alturas fáciles, la emisión y la colocación de espontánea y acabada franqueza.
Pero además de ello, y aparte de su homogeneidad y versatilidad, y del manejo de varios idiomas, Joyce DiDonato puso permanentemente en evidencia una cultura, un reposo interior y una dignidad estética de alto rango y entre tantas otras páginas vertió sin ir más lejos la cuarta de las Canciones de Rückert, de Mahler (“Ich bin der Welt abhanden gekommen”, “Me he perdido para el mundo”) con una intensidad expresiva y una tocante introspección propia de los grandes, plena de serenas inflexiones que serán difíciles de olvidar.
En la última aparte, nuestra visitante, convocó al Coro de Niños del Teatro Colón, que preparado por Helena Cánepa, interpretó dos piezas (“Semillas de esperanza”, de Mike Roberts y “Canción del jardinero”, de María Elena Walsh) con loable concentración y belleza canora.
Ya en el final, en “Ombra mai fu”, el conocido “largo” de “Xerxes”, de Haendel, la distinción y comunicatividad de la línea de canto de la mediosoprano resultaron notables en su contexto de armoniosa exposición.
“La música”, dijo por último la artista estadounidense, “es un mensaje del corazón para alegrarnos y curar la tristeza”.
“Sólo hay que saber escucharla”.
Calificación: excelente
Carlos Ernesto Ure