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ENTRE GRIEG Y SHOSTAKOVICH, UNA LECCIÓN DE ESTILO


Teatro Colón

Lunes 28 de julio de 2025


Escribe: Martin Wullich

 

CONCERTGEBOUW CHAMBER ORCHESTRA
ANTJE WEITHAAS, violín


La agrupación holandesa debutó en el Mozarteum con una propuesta de calidad sostenida, que tuvo en Antje Weithaas una figura estelar

Siempre que se recibe con aplausos a una orquesta, y antes de comenzar la ejecución del programa anunciado, se produce ese mágico silencio que tácitamente nos predispone a la escucha. Es también un momento para que, en este caso, los integrantes de la Concertgebouw Chamber Orchestra se miren y acuerden el instante en que sonará la primera nota. Sin embargo, en esta función, ni el público ni los intérpretes entendíamos qué decía una voz, con un sesgo de protesta, por alguna razón desconocida. A tal punto llegó la incomodidad que algunos asistentes comenzaron no solo a chistar al espectador parlanchín, sino que alguien llegó a vociferar: “¡Callate!”. Huelgan los comentarios sobre este tipo de conducta. Y, tal como en el principio físico de acción y reacción, estas situaciones pueden ir in crescendo hasta niveles insospechados. Por suerte ocurrió lo mejor: se logró el silencio necesario para que comenzaran los deliciosos sones de la agrupación holandesa.


La Suite Holberg, de Edvard Grieg, fue un precioso inicio para la primera presentación en nuestro país de tan dilecto ensamble. Las marcaciones de Alessandro Di Giacomo, su concertino, fueron no solo precisas, sino que reflejaron el espíritu característico de las danzas que la integran. Particularmente subyugantes resultaron los momentos solistas de los chelos en la Sarabande, y los pizzicati de cuerdas en la Gavotte, sin dejar de lado el carácter lúdico y brioso del Rigaudon.


La violinista alemana Antje Weithaas se sumó luego al grupo de cámara para interpretar el Concierto en re menor de Felix Mendelssohn. Su técnica impecable y su notable expresividad se volvieron palpables a través de una entrega plena y una sutileza tonal que se percibía no solo auditiva, sino también visualmente. Su cuerpo parecía vibrar al compás de una coreografía, y aun cuando no ejecutaba, participaba con su cabeza y sus gestos histriónicos como si dirigiera la orquesta. Sus sorprendentes contrastes —desde casi inaudibles pianísimos hasta el imponente ataque del tercer movimiento— nos brindaron un exquisito concierto.


Tras el entreacto, Antje Weithaas y la Concertgebouw Chamber Orchestra volvieron a cautivar con la impecable y fascinante rapsodia Tzigane de Maurice Ravel. El tono y el estilo desplegados en esta pieza fueron clara demostración de su maestría instrumental, decisivos para expresar los sones gitanos y los interminables, sumergentes climas del compositor francés. Los aplausos no se hicieron esperar, y la colosal intérprete tocó fuera de programa parte de la Sonata No. 2 de Eugène Ysaÿe.


Para el final, la orquesta interpretó la Sinfonía de cámara Op. 110 de Dmitri Shostakovich, magnífica pieza de cinco movimientos sin pausas, con bellos contrapuntos y momentos dramáticos, sin duda influidos por las situaciones bélicas y políticas que le tocó atravesar al compositor. Felices por la cálida recepción del público en nuestro gran coliseo —que el concertino agradeció verbalmente—, interpretaron un bis de Mozart y otro de Bruckner que coronaron una estupenda noche.

 

Martin Wullich